DIA 23
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Vivía, no hace mucho tiempo, en una callejuela estrecha y umbría de Barcelona, uno de esos hombres de rostro demacrado, de mirada turbia y reconcentrada; personaje de condición satánica y desconcertante como los que, en sus desvaríos, hacía revivir Hoffmann, el autor de los Cuentos fantásticos, bien conocidos. Tal era Vicente, el librero.

Tenía, nuestro hombre, treinta años, pero ya parecía viejo y rendido; alto de estatura, caminaba con la cabeza gacha, como un anciano. Tenía el pelo blanco y muy largo, las manos fuertes y nervudas, secas y llenas de arrugas, e iba miserablemente vestido, con ropa siempre andrajosa. Con su aire torpe, el paso dificultoso, las facciones inexpresivas, feo, triste e incluso insignificante, se le veía salir a la calle muy pocas veces. Únicamente salía de su guarida los días en que había encante de libros raros o de otro modo curiosos. Entonces ya no era el mismo hombre indolente y receloso. Sus ojos se animaban, su rostro se llenaba de alegría, corría, trotaba, se mostraba impaciente y apenas conseguía disimular sus afanes, sus inquietudes, sus decepciones. Y regresaba a su casa jadeando, excitado, desconcertado, a contemplar a escondidas el libro que tanto había deseado obtener; y entonces parecía querer devorarlo con la vista, acariciándolo como hace un avaro con su tesoro, un padre con su hija amada o un rey con la corona que teme perder.


Ramon Miquel i Planas, "El librero asesino", 1927, a Bibliomanía precedido de la Leyenda del librero asesino de Barcelona, Gustave Flaubert, Olañeta 2011

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barcelona 2014 © roser domínguez

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